miércoles, 21 de junio de 2017

SILENCIANDO LA HISTORIA




 SILENCIANDO LA HISTORIA
 por Manuel Carmona Curtido
Coordinador de Izquierda Unida Rota

                El pasado 15 de junio pudimos ver como muchos titulares de la prensa nacional recordaban la efeméride de las primeras elecciones democráticas.
                Es curioso como en RTVE, parece que en España nació la democracia aquel 15 de junio de 1977,  como si hubiera sido la primera vez que en España hubiera habido elecciones democráticas. El titular decía así: “Las primeras elecciones de la democracia: cuarenta años de tolerancia”. Este “inocente” titular esconde todo un fondo manipulativo en su interior, otra cuestión importante es como ninguno de los portavoces de los principales partidos del arco parlamentario hicieron mención a la anterior etapa democrática del país en sus declaraciones, lo que denota un discurso aceptado y no cuestionado por nadie, de que la democracia llegó a España en 1977, una victoria del sistema incuestionable incluso para los más críticos.
                En todas las noticias que he podido leer sobre el tema, ninguna hace referencia al periodo democrático durante la Segunda República, parece que no existe España antes de la toma del poder por los militares golpistas.
                Llama la atención como los titulares marcan el ideario colectivo, que sin capacidad crítica asume los dictados del poder, y no digo el gobierno, digo el poder, aquel que dicta las directrices a seguir y que no es elegido en las “democráticas” elecciones, hablo de los poderes económicos, mediáticos y productivos.
                Michel Foucault, filósofo estructuralista francés (1926 – 1984) decía que era en el discurso donde residía el poder porque era el discurso lo que determinaba lo que era o no verdad. El discurso, aceptado por todos, es que antes de Franco, no había nada, y eso es rotundamente falso, antes del golpe de Estado de 1936, España era una República democrática, con sus elecciones, su parlamento, su Constitución… la principal diferencia con la democracia actual es que el jefe del Estado también era elegido por las urnas, por lo que me atrevo a afirmar que era más democrática que la actual. Todo esto parece haber desaparecido del ideario colectivo.
                La negación de la primera etapa verdaderamente democrática de España, busca hacer desaparecer de la historia aquella etapa, ya que lo que no se nombra, no existe, y si entramos en comparaciones puede que la actual no sea tan democrática como parecen hacernos creer.
                Las primeras elecciones, plenamente, democráticas de España se llevaron a cabo el 19 de noviembre de 1933, y porqué de esta fecha. Fue entonces cuando las mujeres pudieron votar libremente en nuestro país.
                Actualmente parece que los derechos han sido regalados por los “padres de la democracia de 1978”.
                El derecho a voto de la mujer, no ha sido ningún regalo, fue una lucha dura, protagonizada por mujeres como Clara Campoamor y Victoria Kent, entre otras, herederas del movimiento sufragista inglés a quienes las mujeres, y los hombres también, de este país nunca podrán estar suficientemente agradecidas, pero cuya historia ha sido silenciada una y otra vez por el discurso hegemónico heredado de la transición.
                Clara Campoamor y Victoria Kent, a pesar de no poder ser votadas por las mujeres, pudieron presentarse a las elecciones de 1931 y poder luchar por el hito del sufragio femenino desde el Parlamento, luchando, no sólo, a izquierda y derecha del arco parlamentario, sino también contra toda la prensa del país, pero la firme convicción de un derecho justo avalado por el artículo 36 de la Constitución de la Segunda República: Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes.
                De ahí que el 19 de noviembre de 1933 las mujeres españolas pudieran ejercer el voto, ningún país puede llamarse democrático si no cuenta con la mitad de su población a la hora de las consultas electorales.
                Tras la victoria fascista en 1939, se instauró en España un régimen totalitario, que hizo que todas las luchas, quedaran aletargadas durante un largo invierno que duró cuarenta años, pero tras el fin de la dictadura el voto de las mujeres no era cuestionado, la lucha la habían llevado a cabo las abuelas de las mujeres que votaron aquel 15 de junio de 1977. Nadie nos ha regalado nada.
                La dictadura franquista utilizó la mano de hierro con la población española, el pensamiento único, era la base de la estabilidad nacional, las luchas de Campoamor y Kent fueron silenciadas, la mujer volvió a la casa, siendo su única labor, cuidar de la casa y atender las necesidades de su marido e hijos.
                Cuarenta años después, tras la muerte de Franco, otra generación lleva el timón de la nación, y un cambio de régimen parecía inevitable, aunque los poderes fácticos no iban a permitir que se volviera a la legalidad constitucional, rota por el Golpe de Estado, la guerra civil y la posterior dictadura, previa. Hace poco ha salido a la luz un video de Adolfo Suarez diciendo que no hicieron un referéndum sobre Monarquía o República porque si lo hubieran hecho hubiera ganado la República por lo que camuflaron la legitimación de la corona con la aprobación por referéndum de la Constitución de 1978.
                La nueva etapa democrática de España iba a estar enmarcada por la restauración de la monarquía, la inclusión de España en el bloque capitalista, hasta entonces se había mantenido entre los países no alineados, y el bipartidismo político. Todo esto bien aderezado con una buena dosis de amnesia histórica.
                Ya  Orwell, en su novela 1984, describía a su protagonista, Winston Smith, como trabajador en el Ministerio de la Verdad, cuya función era cambiar los titulares de los periódicos pasados por titulares que beneficiaran al sistema creado por el Gran Hermano. La visión de Orwell no dista mucho de la realidad actual.
                De ahí la importancia de recordar que hubo una España democrática previa a 1977, que fue destruida por un golpe de Estado, cruel y genocida que la mantuvo silenciada durante cuarenta años, no permitamos que la lucha de quienes nos precedieron caiga en el olvido, siendo silenciada en la actualidad.
Salud.

martes, 20 de junio de 2017

LAICISMO Y ANTICLERICALISMO



LAICISMO Y ANTICLERICALISMO por Manuel Carmona

            Siempre me ha llamado la atención cuando, a veces, me han dicho:
-          ¿Qué haces viendo la procesión si eres de Izquierda Unida?
Si estoy en una comunión me preguntan:
-          Siendo de Izquierda Unida ¿Cómo es que estás en la iglesia?
Y cuestiones similares, yo siempre he diferenciado la esfera personal de la pública, si voy a una iglesia, a una mezquita o a una sinagoga, lo hago desde la esfera de lo personal. Mis creencias son mías y no tengo por qué decirlas. Nunca he cuestionado a un compañero o compañera de partido sus creencias religiosas, todas están dentro del ámbito de lo personal, otra cuestión es la esfera pública, lo que me ha llevado a la siguiente reflexión:
Laicismo y anticlericalismo  son dos términos que se utilizan alegremente y que se suelen confundir en su significado.
El primero según la real academia de la lengua es referido a la doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto a cualquier organización o confesión religiosa.
El segundo, siguiendo la misma fuente, es la doctrina o procedimiento contra el clericalismo. Animosidad contra todo lo que se relaciona con el clero.
Si buscamos el término “clericalismo” en el mismo diccionario, podremos observar que en su primera acepción su significado es la influencia excesiva del clero en los asuntos políticos.
Una vez analizados sus significados, podemos observar que existe una sutil, pero importante diferencia entre uno y otro.
Mientras “Laicismo” tiene un significado positivo, que es la independencia de la persona y el Estado de la influencia religiosa, el otro, “Anticlericalismo”, tiene un significado negativo, y es el posicionamiento en contra de la excesiva influencia política del clero.
Hay que diferenciar dos aspectos de este tema en cuestión. Mientras el Estado, la política, pertenece a lo público, la religión pertenece al ámbito de lo privado, el primero es terrenal y el segundo “espiritual”.
En el ámbito  privado cada uno es libre, de ayunar durante el mes de ramadán, o de no comer carne los viernes durante la cuaresma, peregrinar al Rocío o a la Meca, circuncidarse o mantenerse célibe.
Todas estas posturas son respetables mientras sigan dentro de la esfera de lo personal, el Estado debe permitir que cada cual pueda vivir su fe, sin imponérsela a otro, en la esfera privada, en solitario o en comunidad.
El problema surge cuando esa esfera privada, trasciende a la esfera pública y una confesión, da igual que sea, cristiana, musulmana, judía o cualquier otra, trata temas más terrenales que espirituales.
Cuando una confesión no paga impuestos, entra dentro de las obligaciones del Estado reclamárselas, cuando incita a sus fieles en posturas políticas es el deber del Estado recriminárselo. Esta sería la función del Estado laico.
El anticlericalismo ha sido siempre asociado, al menos en España, con movimientos de izquierdas, y ha utilizado de manera violenta, bien sea verbal o física sus acciones contra el excesivo poder público de la iglesia.
Pienso que las acciones anticlericales perjudican a los movimientos de izquierdas más que a ningún otro y afianza las posiciones de poder de la iglesia con respecto al Estado.
La fe, es emocional  e irracional, dicho esto con el mayor de los respetos y cuando los seguidores de una religión sienten atacadas sus creencias o costumbres, refuerzan sus sentimientos y responden con la misma, o mayor contundencia, además visibilizándose como víctima de los ataques consigue un mayor número de seguidores, reforzando la posición de poder de la iglesia, por lo tanto consiguiendo el resultado contrario al deseado.
La religión tiene un componente gregario enorme y multitud de ritos para cohesionar su comunidad, que aunque parezca disgregada se une ante lo que considera un ataque.
Por lo tanto, la mejor manera de luchar contra el excesivo poder de la iglesia es con la razón, llevando el debate a lo público, argumentando las posiciones y exigiendo al Estado que gestione lo público y no se deje influenciar por un estamento que debe estar centrado en lo personal y lo privado, cumpliendo las mismas obligaciones que el resto de los ciudadanos.
Salud.