Nuevo traspié con la Ley
para la Mejora de la Calidad Educativa: la burra al trigo…
La calidad
educativa en la escuela pública es necesaria. Nadie lo cuestiona.
Debemos plantearnos si el instrumento para ir alcanzando esa mejora
de la educación pública es otra nueva ley, con tanta urgencia. Una
nueva ley, sin más, no es la solución; son muchas las necesidades.
Otra nueva ley es el pretexto del PP para convertir la escuela
pública en factorías desde las que domesticar a docentes y
alumnado, bajo la cada vez mayor autoridad de los directivos. Hay que
leer y releer el anteproyecto.
Quieren que
la escuela pública funcione como una empresa privada en la que solo
importa el rendimiento y la producción de titulados con el menor
coste posible; repiten una y cien veces el término competitiva,
derivada de competencia, término que está de moda. A nosotros nos
gusta el par de palabras “escuela cooperativa”, aprender
interactuando y cooperando con y desde la diversidad. Esos conceptos
ni aparecen en el anteproyecto de ley. Ellos desprecian esos valores.
Competencia y competitividad conlleva responder individualmente y, a
ser posible, destacando sobre los demás; en esa dinámica es
innecesaria la libertad, la crítica… El PP nos quiere llevar a la
escuela competitiva y competidora con tantas pruebas externas de
diagnóstico y evaluación final: en 3º de Primaria, otras finales
de etapa en 6º, en 2º de Secundaria… Serán muchas las veces que
tendremos que revalidar y demostrar que valemos como educadores,
familias y alumnado. Incluso van a publicar datos de resultados de
evaluación, van a establecer unos ránking o clasificaciones,
mostrarán que hay colegios de primera, segunda y tercera división,
sin tener en cuenta que la materia prima es diferente en cada uno:
no todos los barrios, familias y escolares son iguales en
oportunidades ni capacidades. No se enteran que una escuela no es
una fábrica de tornillos.
Escuela
pública con una plantilla lo menos crítica posible o la más dócil
al dictado de las “futuras” orientaciones y directrices de la
administración educativa, a saber cuáles serán; aún están por
determinar e imponer. El texto es de lo más ambiguo por los términos
empleados, los dobles sentidos o las abiertas interpretaciones que
contempla. Son muchas las cartas marcadas que no desvelan para no
destapar jugarretas en detrimento de la pública. Todo ello hace que
esta ley sea un churro. Presumen y repiten el concepto de autonomía
educativa. Con una sutil socarronería y retorcida astucia, adobada
del mayor descaro, una débil argumentación y el imperio del
rodillo de la mayoría parlamentaria, se permiten hablar de autonomía
cuando están por arrancar las competencias educativas a las
comunidades autónomas.
Tendremos
una escuela encorsetada. Dice el artículo 6, punto 4: “Los centros
educativos dispondrán de autonomía para diseñar e implantar
métodos pedagógicos propios, de conformidad, eso sí, con la
directrices que, en su caso, establezcan las administraciones
educativas”. ¿Cuáles serán esas directrices? No se conocen.
¿Por qué no adelantan algo, por qué no las dan a conocer? ¿Qué
métodos pedagógicos propios permitirán? ¿Las escuelas privadas
concertadas que segregan por sexo? Ya puestos podemos separar por
sexos también en las iglesias, autobuses… o por qué no, por el
color de la piel, el origen…
Las pruebas
de diagnóstico y finales de etapa, serán de evaluación de la
actividad docente y académica (además de evaluar al alumnado,
estarán valorando la labor de los docentes y la validez de su
trabajo, incluyendo también la idoneidad de la labor educadora de
las familias; sin embargo, a ellos, esos políticos profesionales
gobernantes, a los inútiles senadores, asesores y otros adjuntos
enchufados, ¿quién, cuándo, cómo y cada cuánto tiempo serán
evaluados? Ellos, desgraciadamente, sólo son evaluados cada cuatro
años.
Dice el
texto: las pruebas serán aplicadas y calificadas por especialistas
externos a los centros educativos. Pero, ¡cuidado! No dicen si serán
agentes externos al centro pero dependientes de la administración
educativa (inspectores, otros funcionarios), o serán empresas
privadas que comerán del presupuesto público y que ellos
enchufarán-elegirán en concursos a dedo, oscuros o descarados…
Empresas privadas que miden la calidad de los servicios públicos,
pero que no van a morder la mano que les alimenta.
Potenciarán
la función directiva: le darán más competencia y se las quitará
al Claustro y Consejo Escolar, éste último queda de adorno. O sea,
menos contenido participativo, menos calidad democrática.
El objetivo
y reto debería ser el opuesto: el de aumentar la participación de
los sectores en la educación, enriquecer con las aportaciones de la
diversidad y la capacidad de decisión colectiva, familias más
implicadas y responsables en la construcción de una escuela pública
de calidad… En esa dirección no apunta esta ley. Esta ley no
reforma, esta ley d e f o r m a la actual escuela. Va en el
sentido contrario a la escuela abierta, autónoma, dinámica,
cooperativa, crítica… que se necesita.
Incluso, el
director o directora podrá establecer requisitos y méritos
específicos para los puestos ofertados de personal (incluso de
interinos), pero según el proyecto educativo que ese equipo
directivo defienda, sin que intervenga ni decida el Claustro, que
debería ser el órgano decisorio en asuntos de proyectos
pedagógicos. Se anula al Claustro, al Consejo Escolar y se prima al
órgano unipersonal de la dirección. Pasos pa´tras.
Por estas y
otras razones, no a esta reforma. No traerá más calidad, supondrá
un retroceso de la pública para engordar a la privada concertada;
supondrá conformar una escuela pública en la que el escolar será
tratado como una mercancía, porque esa es su mentalidad comercial
dentro de su mercado liberal, salvaje y capitalista, que debemos
socavar.
Manuel Helices
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